Sigo tan sediento de absoluto como cuando tenia veinte años, pero la delicada crispacion, la delicia acida y mordiente del acto creador o de la simple contemplacion de la belleza, no me parecen ya un premio, un acceso a una realidad absoluta y satisfactoria.
Un disco con cientos de miles (tal vez millones) de adoradores incondicionales repartidos por todo el mundo. Adoradores que martillearán tus oídos una y cuantas veces haga falta con el calificativo "genialidad" aplicado para definir lo que hace esta pareja de escindidos, de origen hispano, de At the Drive-In.
Su segunda entrega, que sucede al no menos aclamado "De-Loused in the Comatorium" (2003), es un artefacto de más de 75 minutos que, a la vista de las opiniones que se vierten, o te enloquece o te mata de aburrimiento. Soy un bicho raro: ni me ponen en trance ni se me hacen odiosos Omar Rodríguez, Cedric Bixler-Zavala y los cómplices reclutados para esta magna epopeya. Me dejo llevar hasta donde ellos quieren: un paisaje especulativo de vanguardia rockera y aromas setenteros. Experimentan, improvisan, aturden, meten un ruido de mil demonios, se remansan, se vuelven a arrebatar, y no dejan de echar sus redes de pesca hasta en los charcos del asfalto. No es que lo suyo suponga exactamente un retroceso nostálgico a los pasajes más olvidables del rock progresivo, porque tienen un descaro muy simpático, casi naïve, que les hace completamente libres para acarrear lo que les plazca a sus canciones-mamotreto (con alguna pieza de media hora supuestamente dividida en varias secciones). Por ejemplo, me resulta casi adorable el "tumbaíto" sonero que intercalan en "L'Via L'Viaquez". Y, prestando atención a sus textos en inglés, castellano (y un poco de francés), se aprecia un casi enternecedor aire de ingenuidad revestida de pretensiones literarias cuasi adolescentes. Su ambición artística es descomunal y sincera. De ahí que resulten perfectamente comprensibles tanto las adhesiones vehementes a la causa como las carcajadas sardónicas de quienes no aprecian aquí mucho más que una empanada mental de proporciones mastodónticas. El tiempo los pondrá en su sitio.
Un disco con cientos de miles (tal vez millones) de adoradores incondicionales repartidos por todo el mundo. Adoradores que martillearán tus oídos una y cuantas veces haga falta con el calificativo "genialidad" aplicado para definir lo que hace esta pareja de escindidos, de origen hispano, de At the Drive-In.
ReplyDeleteSu segunda entrega, que sucede al no menos aclamado "De-Loused in the Comatorium" (2003), es un artefacto de más de 75 minutos que, a la vista de las opiniones que se vierten, o te enloquece o te mata de aburrimiento. Soy un bicho raro: ni me ponen en trance ni se me hacen odiosos Omar Rodríguez, Cedric Bixler-Zavala y los cómplices reclutados para esta magna epopeya. Me dejo llevar hasta donde ellos quieren: un paisaje especulativo de vanguardia rockera y aromas setenteros. Experimentan, improvisan, aturden, meten un ruido de mil demonios, se remansan, se vuelven a arrebatar, y no dejan de echar sus redes de pesca hasta en los charcos del asfalto. No es que lo suyo suponga exactamente un retroceso nostálgico a los pasajes más olvidables del rock progresivo, porque tienen un descaro muy simpático, casi naïve, que les hace completamente libres para acarrear lo que les plazca a sus canciones-mamotreto (con alguna pieza de media hora supuestamente dividida en varias secciones). Por ejemplo, me resulta casi adorable el "tumbaíto" sonero que intercalan en "L'Via L'Viaquez". Y, prestando atención a sus textos en inglés, castellano (y un poco de francés), se aprecia un casi enternecedor aire de ingenuidad revestida de pretensiones literarias cuasi adolescentes. Su ambición artística es descomunal y sincera. De ahí que resulten perfectamente comprensibles tanto las adhesiones vehementes a la causa como las carcajadas sardónicas de quienes no aprecian aquí mucho más que una empanada mental de proporciones mastodónticas. El tiempo los pondrá en su sitio.