Una vista musical a campo abierto de parte de KIT WATKINS
HOLA, AMIGOS DE AUTOPOIETICAN, LES SALUDA CÉSAR INCA.
Esta reseña llega bastante tarde, pero siempre es un gusto comentar un
disco de KIT WATKINS en cualquier circunstancia, lugar o tiempo, habida cuenta
que el es uno de nuestros teclistas absolutamente favoritos del rock progresivo
de los 70s. Técnicamente hablando, él no solo es teclista, sino también
flautista; nacido en un hogar conformado por dos profesores y
ejecutantes de piano, tanto el ambiente vivencial como la genética le llevaron al
terreno de la música. A pesar de saber teoría de composición y dominar la
técnica de varios instrumentos, la vida académica resultó no acomodarse a sus
sueños, por lo que dejó la Escuela de Música al año de ingresar allí para
hacerse de un lugar dentro del mundo del rock. Como se sabe, acabó siendo parte
de los geniales HAPPY THE MAN, y, además, tocó en tres giras de CAMEL entre
1979 y 1983, y de vez en cuando, fue músico de sesión (por ejemplo, para RICHARD SINCLAIR y las bandas HOWEVER y DJAM KARET). Desde la segunda mitad de los 80s, su línea de trabajo se ha
desarrollado más por el lado de la ambient music, dejando atrás su
pasado progresivo (aunque sus dos primeros discos solistas “Labyrinth”, de 1981,
y “Frames Of Mind”, de 1982, todavía se encuadraban dentro del género). Lo más
reciente de WATKINS es un disco publicado durante el último tercio de julio del
pasado año 2019, titulado “Field Of View” y publicado de forma independiente. Se
trata de un disco que sigue por la línea antes mencionada, pero también tiene
atisbos inconfundibles del lirismo sofisticado que usualmente hallamos en las
modalidades más del paradigma progresivo, y sobre todo, en las modalidades más refinadas y delicadas del discurso fusionesco. El maestro WATKINS se hace cargo de
los teclados, el sintetizador de viento, el bajo, percusión real y programada, el
waterphone, la voz y el vocoder, mientras que sus colaboradores de turno son Forrest
Young (batería, percusión y percusión concreta), Bill Smith (percusión) y Greg
Moreau (guitarra e-bow). Se nos escapó este hermoso disco en su momento, pero
ahora es tiempo de cortar la demora y detenerse en los detalles de su
contenido. ¡A la carga!
El disco empieza con una versión de una clásica balada progresiva de
CAMEL: ‘Spirit Of The Water’. Esta composición de Pete Bardens recibe aquí un
tratamiento un poco más profuso pues el original dueto de piano y flauta dulce
se convierte en una cálida amalgama de teclados, sintetizador de viento,
percusiones y bajo. Casi suena como una balada Genesiana con elegantes elementos
de jazz-pop. ‘Legato Paramecium’ es un ejercicio de minimalismo etéreo y
ensoñador, movido por un lento swing cuyas sobrias cadencias (alimentadas por las bases de guitarra acústica) tienen algo de suave sensualidad. Dicho sea de paso, esta pieza contiene una breve improvisación
percusiva realizada por Bill Smith y que se titula ‘Volcanic Ice’. Con la dupla
de ‘Life After Truth’ y ‘Paradoxicon’ (siendo este último el segundo tema más
largo del repertorio con sus más de 9 ½ minutos de duración), WATKINS instaura
el centro nuclear de los recursos expresivos predominantes en el álbum. El primero
de estos temas establece un núcleo temático y una atmósfera serenos y envolventes, muy en línea con una cruza entre el legendario PAT METHENY GROUP y JAN HAMMER. Definitivamente, los arreglos de batería y percusión le dan un empuje especial al desarrollo temático de esta pieza, sin causar el mínimo daño a la cristalina interacción entre los saltarines coqueteos y las etéreas capas de teclado que sustentan al mencionado desarrollo temático. Por su parte, ‘Paradoxicon’ establece un ensoñador clima que se sitúa a medio camino entre un dulce melancolía y una esperanza abierta al futuro próximo. Con un compás de 5/4 relativamente ágil, la base melódica en curso se arma con un armazón de suaves fraseos de diversos teclados que se van sumando de a pocos, y a partir de allí, también se unen unos sutiles arreglos vocales. Una vez más, la labor percusiva (real y programada) se encarga de brindar la oportuna dosis de solidez al esquema sonoro. A veces, algunos ornamentos de sintetizador y de guitarra e-bow entran a tallar con la misión de instigar algunos retazos ocasionales de tenor misterioso, pero, en lo básico, son recursos de variedad. El solo de sintetizador de viento que emerge a poco de pasada la frontera del cuarto minuto goza de un posicionamiento más protagónico dentro de esta ingeniería musical. Hemos disfrutados de dos piezas realmente hermosas y sugerentes, dos momentos culminantes del álbum.
Cuando llega el turno de ‘The
Vessel Ruse’, llega el momento de desviarse hacia un ambiente más solemne, crepuscular, a la vez que se preserva la combinación de centros temáticos atmósféricos con grooves inspirados en el jazz-fusion más intimista. ‘To Love Their Servitude es la pieza más extensa del álbum con sus casi
10 ¼ minutos de duración. En muchos sentidos, este tema puede ser definido como una síntesis entre lo luminoso y lo solemne que se expresaron en las piezas precedentes, y en esta ocasión, el sustento para el viaje musical es un groove tribal. Lo melódico pasa a un segundo plano ante lo ambiental: efectos emuladores de la madre naturaleza, sampleos de voz, la presencia destacada del bajo una vez que empieza a entrar en acción, todo ello está al servicio de la expansión protagónica del groove exótico programado para la ocasión. Sin llegar a igualar las vibraciones mesuradamente grandilocuentes de la pieza #4, también puede presumir de tener un direccionamiento épico afín. El repertorio oficial del disco termina con la pieza titular,
la cual también tiene una considerable extensión de 8 ¾ minutos. Su sencilla belleza, su prestancia evocadora y su manera de unir los recursos de sobria exuberancia de las piezas 2-4 del álbum la convierten en el cénit concluyente del álbum. Su motif repetitivo no se agota nunca pues el flujo circundante de las cósmicas capas orquestales, el coqueto swing plasmado en la sección percusiva y las aristocráticas florituras del sintetizador de viento permiten al núcleo temático en curso conservar sólidamente el hechizo que emana de las bases del teclado. Los últimos minutos son calmados, acallándose poco a poco hasta dejar que solamente se manifiesten sonidos forestales de aves, brisas y carreteras. El paseo terminó con naturalizad y candidez. Hay un plus
que es la versión netamente instrumental de ‘Spirit Of The Water; no añade nada nuevo de por sí, aunque se puede apreciar como el cierre del círculo que conforma el repertorio de este álbum. Además, tampoco viene mal el humorístico subtítulo de Sin Autorización Para Cantar En Voz Alta, Regla de Mie#!% Del Covid #322 (ja, ja, ja). Todo esto fue lo que KIT WATKINS, junto a sus colaboradores ocasionales, no brindó en “Field Of View”. Se trata de un disco bello y sugestivo, elaborado bajo pautas clásicas de estilización y exquisitez dentro del arte musical. Nos alegra muchísimo que el maestro WATKINS siga activo y esperamos más novedades fonográficas de su parte en el futuro próximo.
No comments:
Post a Comment