Saturday, January 16, 2016

ALEJANDRO MATOS y la evolución de una potestad progresiva argentina


HOLA, AMIGOS DE AUTOPOIETICAN, LES SALUDA CÉSAR INCA.

ALEJANDRO MATOS vuelve a la carga para hacer acto de presencia en la actual escena progresiva argentina muchos años después de su dupla de “Persona” y “Freak”: este año 2015 es el año de “La Potestad”. Yendo más allá de la búsqueda interior de la persona y no conformándose con ser un simple extraño, Alejandro Matos busca una nueva potestad afirmando un lugar en el mundo. Por eso la música expresada en este nuevo disco tiene tantas secciones tan musculares en cuanto a su estructura sonora: todo un progreso respecto a sus trabajos anteriores, buenos de por sí, sin perder el hilo conductor en cuanto al enfoque estilístico ni las temáticas autorreflexivas sobre el camino del yo y el sentido de la vida. A lo largo del álbum, MATOS se hace cargo de las guitarras, teclados, samples, programaciones y canto, mientras el baterista Javier García Atencio y el bajista Andrés Zadunaisky le acompañan como soporte recurrente (además de algunos colaboradores adicionales que iremos mencionando en el camino). También es oportuno recalcar cuán excelente letrista es MATOS: las inquietudes existencialistas de un KAFKA y las nebulosidades místicas de un HESSE conviven cómodamente con el surrealismo de un SPINETTA y los intrigantes cuestionamientos de un PETER HAMMILL en la elaborada y, a la vez, familiar prosa de este señor. Vayamos ahora a los detalles de este disco en cuestión para concentrarnos en sus igualmente notables méritos como creador musical.


Abre el disco ‘Escindido’, un preludio sombrío y etéreo marcado por espartanas escalas de piano, las mismas a las que se añade luego flotantes efectos cósmicos de fondo, un idóneo ambiente de misterio que abre la puerta a la emergencia de la poderosa canción ‘Cazadioses’, la cual cobija la electrizante energía de una contemplación airada bajo su cubierta de lánguida majestuosidad. La potencia de los riffs básicos y la robusta precisión del esquema rítmico garantizan que se mantenga un alto nivel de atractivo para el foco melódico central, el cual ostenta una aureola oscurantista que se va haciendo más explícita mientras va desarrollándose. ¡Gran clímax inicial! Cuando llega el turno de la canción ‘Potestades’, la pesadez emocional baja un poco pero se mantiene la gravedad en la actitud contemplativa de MATOS, tanto a la hora de cantar la letra como a la hora de dirigir la realización del desarrollo temático. Con los sonidos de bandoneón que entran a tallar en algún momento del intermedio (aporte de Pedro Kiszkurno), el oyente se topa con un ornamento tan llamativo como inesperado: pero, en definitiva, es el solo de guitarra – al modo de un híbrido de STEVE HACKETT y DAVID GILMOUR – el que redondea la faena fehacientemente antes de que surja la última parte, cantada dentro de un engranaje instrumental más relajado. El sentido lírico elaborado aquí llega a niveles de fenomenal esplendor, aunque es una pena que el solo de guitarra en cuestión sea tan breve… pero así lo quiso el autor y, además, ya llega el turno de la cuarta canción, titulada ‘Ángel’. Esta pieza que dura cerca de 6 minutos resulta esencial a la hora de trazar exhibiciones de las facetas más oscuras de “La Potestad”. Un poco siguiendo la huella del aspecto más denso de STEVEN WILSON, MATOS crea una aureola de languidez emocional bajo un ropaje sonoro que se siente grave a través de una sobriedad inquietante, una amenaza de desequilibrio que solamente muestra parte de su sombra. El aporte de Theremín a cargo de Catalina Matos ayuda mucho a completar esta atmósfera que casi, casi invita a la paranoia, aunque tal vez está diseñada para aludir a una presencia trascendente. 

  

Durando 9 ¼ minutos, ‘Anclas’ exhibe recursos de punche sonoro muy oportunos tras la etérea oscuridad de ‘Ángel’, aunque sin hacer de este contraste algo excesivamente chocante. Básicamente se trata de un blues-rock progresivamente estructurado desde el cual MATOS trabaja las influencias de LUIS ALBERTO SPINETTA, el PINK FLOYD de la época 75-77 y GENESIS, todo ello con su toque personal que le permite orientarse hacia vibraciones modernas (como en el lado oscurantista de STEVEN WILSON, por ejemplo). Una mención especial debe ir para el primer solo de guitarra, uno de los más electrizantes de todo el álbum. Un nuevo giro musical en el repertorio del álbum se da cuando emerge ‘Lo Velado’, la que tal vez es la canción más arquitectónicamente lírica del álbum: su talante reposado crea la impresión de que algo esté suavemente oculto, velado como dice el título, pero aún así hay un aire de calma intelectual que resulta gravitante para el ambiente general de la canción. Ciertas partes de piano tienen algo de misterioso y hasta tétrico, en cierto modo, mientras que los sonidos de clarinete y acordeón que entran a tallar en el intermedio instrumental aportan calidez al asunto. El clarinete es real, tocado por la invitada especial Claudia Kutenplan; también está como invitada la contrabajista Mariana Gasloli. ‘La Construcción Del Desierto’ tiene que describirse, ante todo, como una pieza fastuosa que impone su personalidad a través de un bien aprovechado espacio de 6 ½ minutos. Sacando provecho del impacto causado por la musculatura melancólica de canciones como ‘Cazadioses’ y ‘Anclas’, MATOS y sus colegas trabajan con la gestación de una intensidad musical más contenida y más sofisticada: esto último se debe al lugar destacado que ocupan los teclados dentro de la ingeniería instrumental. Hay algo de gótico aquí, cabe señalar.


La extensa composición ‘Pertenencia’ ocupa los últimos 25 minutos del álbum - o casi –, lo cual supone, naturalmente, un recurso de acentuada grandilocuencia para el dramatismo emocional e intelectual que se ha venido desarrollando a lo largo del álbum; eso sí, cabe aclarar que MATOS prefiere no elaborar aquí ningún tipo de exaltación épica sino que simplemente quiere redondear con precisa meticulosidad la atmósfera general del álbum. Las cuatro secciones de ‘Pertenencia’ portan los títulos autónomos de ‘Ser’, ‘Hacer’, ‘Someter’ y ‘Parecer’, sucesivamente. La suite comienza con un groove ligero que permite el desarrollo de ciertos coloridos sonoros amables: estructuración del empalme rítmico de las guitarras acústica y eléctrica, solo de piano. Más adelante, la cosa se pone un poco más aguerrida, indicando así que el espíritu central de la suite apunta a un aumento de la densidad expresiva, cosa que se cumple efectivamente, especialmente cuando llega el momento de un solo de guitarra tan poderoso como los de Alex Lifeson en los mejores tiempos de RUSH y un tufillo Frippiano bastante bienvenido. Poco antes de llegar a la frontera del undécimo minuto y medio, el esquema rítmico se calma un poco para ahondar en el aura reflexiva y abrir campo a una revitalizada musculatura rockera, casi rayana con el post-rock, pero con una pesadez blues-rockera inocultable y una razonable dosis de sofisticación progresiva en las atmósferas subyacentes. Hay ciertos momentos estratégicos dentro del desarrollo temático en curso donde se emplea una medida intensificación del punche rockero. Para la última sección, el asunto se pone un poco fastuoso con esas ágilmente densas orquestaciones de teclado y ese guitarreo Crimsoniano, los cuales se congregan para orientar al epílogo de la suite hacia una grave ceremoniosidad marcada por una envolvente nostalgia. Y todo esto es “La Potestad”, una muestra inconfundible del tipo de magnificencia musical a la cual ha ascendido la evolución artística de ALEJANDRO MATOS a lo largo de su discografía. La escena progresiva argentina tiene en este señor a una figura creativa de enorme calibre.


Muestras de “La Potestad”.-

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