En esta jornada volvemos a echar una mirada tardía a parte de la obra más reciente del genial cuarteto japonés MONO, remontándonos esta vez al mes de octubre del año 2014, cuando el grupo decidió publicar dos discos hermanos, los cuales se titulaban “The Last Dawn” y “Rays Of Darkness”, respectivamente. El colectivo conformado por los guitarristas Takaakira “Taka” Goto y Yoda, la bajista Tamaki y el baterista Yasunori Takada se lució a lo grande en este proyecto. Los títulos de ambos discos son en sí mismos bastante reveladores: en uno de ellos se celebra el auge de la luz con una actitud elegíaca, al modo de una despedida a lo grande para un fulgor que nunca volverá a aparecer, mientras que el otro título indica el triunfo de la oscuridad mientras designa un halo que late dentro de la fuerza vencedora, casi a despecho suyo. Una dialéctica insalvable e irresoluta entre alba y nocturnidad es eso a lo que apuntan ambos títulos. “The Last Dawn” ostenta arreglos orquestales al igual que varios de los discos inmediatamente precedentes, pero esta vez con una presencia más comedida, reduciéndose a un cuarteto de cuerdas (los cellistas Andrew Simpson y Danielle Karppala, y los violinistas Walker Konkle y Emily Grace Karosas). Por su parte, “Rays Of Darkness” está ejecutado mayormente por los cuatro integrantes de MONO, bastándose con su propio arsenal y sin recurrir a interferencias orquestales. Los únicos actores externos son los ocasionales colaboradores Tetsu Fukagawa (a las recitaciones) y Jacob Valenzuela (a la trompeta).
“The Last Dawn” es el primer tomo de esta doble enciclopedia post-rockera con la que MONO engalanó al universo en ese me de octubre de hace 3 años. Grandilocuente y magnánima, la dual armazón de ‘The Land Between Tides / Glory’ da inicio al repertorio del disco en cuestión con un señorío único, dueño de un lirismo sereno y sutilmente perturbador que se proyecta hacia un crescendo envolvente y cautivador. El grupo da la falsa apariencia de dejarse atrapar por lo que parece ser su propia parsimonia, pero en realidad está explorando colores grisáceos en el arte del sonido para darle un esplendor nuevo desde una óptica impresionista. Ya con la explosión sónica que emerge en la frontera del sexto minuto, uno se percata de que no hay marcha atrás: se trata de un pasaje muy breve, pero se trata del clímax imprescindible que ha de redondear la faena. La sección ‘Glory’ consiste en una bella sonata de piano, portadora de una sobriedad casi minimalista que se alimenta sabiamente de los elegantes arreglos de cuerda; en el trasfondo, los nerviosos guitarreos de guitarra se sumergen en una languidez surrealista a modo de un evanescente cimiento para el majestuosidad otoñal edificio expresivo de esta coda. Con la dupla de ‘Kanata’ y ‘Cyclone’ (durando cada uno de estos temas poco menos de 6 ½ minutos), el cuarteto sigue explorando la dinámica del ensueño místico, siendo así que las suaves escalas de piano y los espartanos acordes de guitarra empiezan a delinear el tenor general del cuerpo central. Aún cuando la armazón de guitarras duales deja manifestar su robusta lucidez, el piano nunca deja de ser la guía protagónica del motif central. Por su parte, ‘Cyclone’ permite a las dos guitarras asumir un protagonismo compartido en la armazón de las bases armónicas y los retazos melódicos sobre un constante compás en 6/8; a veces entran a tallar algunos toques de glockenspiel a cargo de la bajista para añadir tenues coloridos a las bases armónicas.
‘Elysian Castles’ lleva al grupo hacia renovadas dimensiones de romanticismo etéreo, una vez más abriendo un campo preciso para el lucimiento de diáfanas escalas de piano, pero esta vez los guitarreos entran en diálogo con el piano de igual a igual mientras los arreglos de cuerda gestan un ingrávido recurso de contornos impresionistas. El groove de la batería, aprovechando la exigencia de un compás ostentosamente lento, organiza un dinamismo de talante casi militar, aunque queda claro que el espíritu bélico es netamente introspectivo. Más que reflejar un conflicto en un campo de batalla que se abre ante nuestros ojos, ese groove señala el empuje de la luz que se mueve a sí misma para terminar de soltarse de a pocos en lo que ha de ser un amanecer decisivo, el alba del cual hombres y dioses hablarán por años con palabras de asombro y versos de admiración. A lo largo del tema se respira un aire de patente densidad, pero el equilibrio creado por los instrumentos interactuantes se mantiene dentro de un perfil de crepuscular serenidad. Nos acercamos al final de “The Last Dawn” cuando emerge ‘Where We Begin’, pieza que en muchos sentidos recibe las herencias de la primera sección del tema de entrada y el tercer tema, aunque cabe recalcar en este caso que la aureola de melancolía es mucho más pronunciada y, sobre todo, que hay un vigor mucho más electrizante que en cualquier pasaje anterior del repertorio. En efecto, la banda le da a la melancolía reinante un tenor celebratorio (por muy paradójico que pueda sonar) al crear un punche efectivo y llamativo para la ocasión. Los últimos 8 ½ minutos del disco están ocupados por la pieza homónima, la cual se caracteriza por una firme ceremoniosidad envuelta en un elegante despliegue de fulgor rockero con fuertes matices místicos. El delicado balance que se da entre el parsimonioso esquema rítmico y los razonablemente aguerridos rasgueos de guitarra asienta la atmósfera general de la pieza, cuyo lirismo es lo suficientemente seductor como para que el oyente empático sienta que las cosas han terminado demasiado pronto. Pero de eso se trata, esta pieza homónima quiere dejar que el amanecer abra paso a la mañana sin que haya más que decir.
“Rays Of Darkness” cumple con la misión de dar prioridad a la tensión y a la incertidumbre a contrapelo del predominio de lo relajante y lo reflexivo en el disco que comentamos anteriormente, pero siempre bajo las coordenadas de orientación reflexiva dentro de la narrativa recia y simbólica que signa al estilo musical de MONO. El repertorio de“Rays Of Darkness” se inicia con el fastuoso tema ‘Recoil, Ignite’, el mismo que ocupa un espacio de 13 ¼ minutos. El motif central y sus sucesivas variantes son elaboradas y organizadas dentro de un esquema de trabajo que conserva siempre una compostura calmada y arquitectónica para las aguerridas fluctuaciones de los guitarreos, las cuales cargan sobre sus hombros el dinamismo de la instrumentación global. La tensión emocional se revela a través de varios matices, desde lo insinuante hasta lo frontalmente explícito, pasando a veces por el terreno de lo relativamente contenido. El hecho de que la pieza termine de golpe enfatiza exitosamente el espectro explícito que estaba llamado a ser el predominante dentro de la ingeniería sónica gestada para la ocasión. El segundo tema se titula ‘Surrender’ y se centra disciplinadamente en una tensión adormilada en base al juego de silencios en torno a los cuales se explayan una de las guitarras y el bajo, mientras que los rasgueos oníricos de la otra guitarra van flotando como una distante neblina que permanece en el horizonte de un valle interior a inicios del invierno de la conciencia. Los retazos de trompeta que entran a tallar añaden un pertinente recurso de calidez lírica en medio de la refinada opresión emocional que retratan los instrumentos en su mutua interconexión. Cuando llega el turno de ‘The Hand That Holds The Truth’, el grupo comienza trabajando más a fondo su esencial lirismo dentro de las adustas pautas que se trazó para el álbum. A poco de pasada la frontera del cuarto minuto, la banda vira hacia un motif más tenebrista mientras alguien realiza una labor de growling en recta correspondencia con el vigoroso esquema rítmico que se está asentando en este lúgubremente arrollador clímax. ‘The Last Rays’ pone punto final al repertorio del disco. Su eminentemente abstracto prólogo recoge la esencia lóbrega de la pieza precedente como si quisiera retratar el paisaje de una maraña cósmica que se esconde tras las cortinas de la mortuoria noche. De hecho, la banda prácticamente decide abandonar todo patrón musical que se parezca a lo que usualmente llamamos post-rock para adentrarse en un híbrido de ruidismo y kraut primigenio (KLUSTER, los TANGERINE DREAM de la fase 70-72). Tras el cénit decisivo marcado por ‘The Hand That Holds The Truth’, llega el momento de echar una última mirada hacia lo que queda de luz bajo el manto de la victoriosa noche, y ése es el mensaje de ‘The Last Rays’.
Todo esto fue lo que se nos brindó en la dupla de “The Last Dawn” y “Rays Of Darkness” desde los cuarteles de MONO, una exposición de excelsos dinamismos donde las atmósferas densas propias de su ideario estético logran apropiarse de un vigor renovado, algo idóneo para impulsarse hacia lo que en el año 2016 haría de ser su siguiente trabajo de estudio “Requiem For Hell”, el cual también sigue por esta senda de claroscuras musculaturas.* Justo a fines del presente año 2017, el baterista Yasunori Takada decidió abandonar al grupo por razones personales sobre cuyos detalles el grupo MONOno ha querido ahondar ante la opinión pública. El ahora trío se ha visto obligado a cancelar algunas presentaciones que tenía programadas pero esperemos que esta pequeña crisis no dure demasiado y tengamos pronto un nuevo disco de ellos. Por lo pronto, les agradecemos por toda esta música tan peculiarmente mágica que han venido haciendo a lo largo de los años.
Muestras de la oscuridad y la luz de MONO.-
The Land Between Tides / Glory: https://monoofjapan.bandcamp.com/track/the-land-between-tides-glory
Elysian Castles: https://monoofjapan.bandcamp.com/track/elysian-castles
Recoil, Ignite: https://monoofjapan.bandcamp.com/track/recoil-ignite
The Hand That Holds The Truth: https://monoofjapan.bandcamp.com/track/the-hand-that-holds-the-truth
* Hemos publicado la
reseña sobre el disco “Requiem For Hell” en el enlace
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